Una misteriosa despedida del director de teatro Enrique Chao
Santo Domingo
Enrique Chao no se podía despedir sin dar su último adiós de manera especial. El itinerario de la funeraria no permitía más de un minuto para pasar por su casa, el Teatro Nacional, pero un misterioso episodio permitió que él tuviera el tiempo suficiente en este lugar para que recibiera un gran tributo y fuera hasta paseado.
Enrique se encargó de recordarnos su humor negro y vernos reír junto a él antes de partir. “Enrique está haciendo su última travesura”, dijo Katyuska Licairac, una de sus hijas especiales del Teatro, cuando la llamé para preguntarle por qué no cruzaban la avenida Máximo Gómez.
La carroza fúnebre, cuyo chofer tenía la orden de solo estar un breve momento, se averió justo antes de entrar al Teatro Nacional y hubo que esperar por otra. Muchos de los hombres que se dieron cita para esperarlo en el Teatro tuvieron que salir a empujarla hasta el mismo centro de la entrada principal. Ahí los aplausos duraron alrededor de tres minutos, a lo que le siguió la idea de darle una despedida como él merecía,
Sus hijos del Teatro cargaron sus restos para llevarlos hasta el interior de la Sala Ravelo, donde presentó muchas de sus obras.
En la Ravelo se le rezó un Padre Nuestro y se le dio un gran y último aplauso.
Cuando llegó otra carroza, que reemplazó la primera, su cuerpo siguió su viaje hasta su última morada.
Enrique fue un hombre maravilloso, lleno de amor, sinceridad, disciplina, talento, responsabilidad, y claro, cascarrabias pero con razón, un hombre que entregó su vida al arte y a forjar nuevos talentos dejando una huella en el corazón y la vida de muchos que pasamos por su taller, otros que fueron dirigidos por él, otros que compartieron escenario y muchos otros que talvez solo conocieron una parte de él pero que quedaron marcados.
Tus hijos te damos las gracias por dejarnos aprender de ti y por empujarnos a dar lo máximo en el escenario.
Enrique Chao no se podía despedir sin dar su último adiós de manera especial. El itinerario de la funeraria no permitía más de un minuto para pasar por su casa, el Teatro Nacional, pero un misterioso episodio permitió que él tuviera el tiempo suficiente en este lugar para que recibiera un gran tributo y fuera hasta paseado.
Enrique se encargó de recordarnos su humor negro y vernos reír junto a él antes de partir. “Enrique está haciendo su última travesura”, dijo Katyuska Licairac, una de sus hijas especiales del Teatro, cuando la llamé para preguntarle por qué no cruzaban la avenida Máximo Gómez.
La carroza fúnebre, cuyo chofer tenía la orden de solo estar un breve momento, se averió justo antes de entrar al Teatro Nacional y hubo que esperar por otra. Muchos de los hombres que se dieron cita para esperarlo en el Teatro tuvieron que salir a empujarla hasta el mismo centro de la entrada principal. Ahí los aplausos duraron alrededor de tres minutos, a lo que le siguió la idea de darle una despedida como él merecía,
Sus hijos del Teatro cargaron sus restos para llevarlos hasta el interior de la Sala Ravelo, donde presentó muchas de sus obras.
En la Ravelo se le rezó un Padre Nuestro y se le dio un gran y último aplauso.
Cuando llegó otra carroza, que reemplazó la primera, su cuerpo siguió su viaje hasta su última morada.
Enrique fue un hombre maravilloso, lleno de amor, sinceridad, disciplina, talento, responsabilidad, y claro, cascarrabias pero con razón, un hombre que entregó su vida al arte y a forjar nuevos talentos dejando una huella en el corazón y la vida de muchos que pasamos por su taller, otros que fueron dirigidos por él, otros que compartieron escenario y muchos otros que talvez solo conocieron una parte de él pero que quedaron marcados.
Tus hijos te damos las gracias por dejarnos aprender de ti y por empujarnos a dar lo máximo en el escenario.
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