“Robocop”

Es una película que cansa y un fracaso para el brasileño José Padilha. quien dirige este filme ambientado en el 2041 y en el que una multinacional está en el centro de la tecnología de robots.
Santo Domingo
A Hollywood le llaman, corrientemente, la Meca del Cine. 

Viendo los resultados “mecanos” durante las últimas décadas, en especial para latinoamericanos que hacen buen cine, podría ser el “agujero negro” del cine. Vean el presente caso

. José Padhila, director brasileño, celebrado con justicia por dos películas realizadas en su país, “Patrulla de élite”, de 2007, y “Patrulla de élite: el enemigo dentro”, 2010, ahora se interna en los duros vericuetos hollywoodenses y nos llega la pregunta: ¿eligió él el guión de este film, o le dijeron, con simpleza de jefes, o haces esta o te vuelves a Río?

No sabemos la respuesta, pero, imaginando que haya sido él quien acepto hacer “Robocop”, se nos hace muy cuesta arriba adivinar lo que estaba pensando, porque, para empezar, es un “remake”, y un “remake” de una película estupenda realizada en 1987 por Paul Verhoeven; peor, aparte de ser “remake”, resulta que sobre este mismo personaje se hicieron nada menos que dos secuelas, en 1990, muy floja, y en 1993, muy mala y, por si se lo encuentran poco, también se hizo una serie de TV con tan mala pata que apenas duró dos temporadas. O sea, que no gustó. Y eso es lo que nos llama la atención.

Podría pensarse que Padilha leyó el guión de la presente, obra de Joshua Zotumer y “le llamó la atención”. En efecto, si se piensa en lo que vemos, hay detalles que hacen diferente esta historia de la original. Pero esa diferencia ni es tan fundamental ni tampoco ha sido llevada con la fuerza y el dinamismo con que Verhoeven hizo la suya. 

Ahora iniciamos con la vida familiar de Alex Murphy, su matrimonio feliz, su hijita bonitilla, como debe ser para que nos encariñemos con el trío. Y conocemos al doctor Norton (Gary Oldman, fuera de papel), que tiene un enorme laboratorio donde trabaja con implantes cibernéticos para seres humanos. Y a Sellers, un empresario que construye robots para la guerra, pero que tiene un problema: no se le permite usarlos en territorio norteamericano. Y a Pat Novak, un comentarista de TV muy influyente que apoya las ideas de Sellers.

Pero, además, la historia nos hace saber lo que pasa en el mundo del tercer decenio de este siglo: 

los norteamericanos guardan el orden público en Irán con sus robots y sus drones, los norteamericanos tienen ese maravilloso y gigantesco laboratorio, ¿saben dónde? Pues en China. O sea, se nos está diciendo con claridad meridiana que dentro de más o menos 20 años ellos, los yanquis, estarán reinando en este mundo gracias a su maravillosa tecnología de vigilancia y represión, así, como quien no quiere la cosa, y que, como vocifera Novak, son despreciables gusanos quienes tratan de impedir, por medio de la Ley, que se usen robots para sustituir o, por lo menos, apoyar a la policía en esa tan delicada función de ser guardianes del orden. Como bien dice un senador, Lewis, un robot no siente nada cuando mata a un niño, no piensa, no tiene sentimientos, pero eso, como es natural, no importa a Sellers, que piensa en el negocio de cientos, miles de millones. 

Esa es la idea, pero casi dos horas para decir eso que se plantea en media página nos luce alargado, sobre todo pensando que para llegar al Murphy cibernético casi nos tomamos la primera, y para culminar con lo que todo el mundo sabe habrá de pasar al final, porque es inevitable y usted sabe qué va a pasar, se toman la otra. Conclusión: que nos cansa el asunto y nos parece un fracaso para el brasileño.



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